Libro fotográfico

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Museo Nacional de Antropología de El Salvador

La aldea global:


Siglo XXI, siglo de las migraciones irregulares



El “tren de la muerte” es una metáfora que encierra la historia de la migración hacia Estados Unidos. El tren es solo uno de los sitios donde los migrantes mueren en el intento por llegar a esa tierra que nos ha sido prometida, la tierra que alberga aquello que no hemos logrado alcanzar en nuestra propia tierra, un puñado de dólares que ha de sacarnos de la pobreza y la marginación.

¿De dónde son esos hombres y mujeres que emprenden un viaje que, de antemano se sabe es peligroso y poco prometedor, y a costa de pagarlo con una suma considerable de dólares? Anticipamos que proceden de lugares muy pobres, de sociedades marginadoras y que, al menos como presupuesto, se dirigen a una sociedad más abierta y más rica. ¿Es eso cierto?

La migración salvadoreña hacia Estados Unidos adquiere importancia a mediados de la década de los años 1960s. No eran muchos, pero lo suficiente como para saber que la ruptura con la aldea estaba tomando vida. Las siguientes dos décadas, marcadas por la represión de la dictadura militar y la violencia entronizada en la guerra civil (1970s y 1980s), definió el carácter migratorio de nuestra sociedad.

Decenas de miles de salvadoreños abandonaron sus aldeas. El objetivo es claro: salvar la vida, probar suerte en otro lugar, poner a sus familias a salvo. Buscar el desarrollo sustentable de su tribu.

Cuarenta años después seguimos siendo la misma sociedad que en su territorio natural no fue capaz de responder a la demanda primaria de vida de los que la habitan. Según las cifras oficiales, más de trescientos salvadoreños abandonan el país diariamente, su destino: Estados Unidos. Sus causas: la violencia y la marginación social y económica. Somos el segundo país con el mayor índice de migrantes irregulares en aquel país, sólo después de México, además, la población con mayor crecimiento dentro de la comunidad latina.

El siglo XX estuvo caracterizado por lo que se dio en llamar la “sociedad de masas.” Millones de hombres y mujeres vieron cómo su rostro y su nombre, su individualidad, eran superados por una realidad que pretendía subsumirlos en un carácter masivo y difuso. Fue lo que propicio los diversos totalitarismos que se erigieron sobre la sociedad mundial. Pero aún así, el siglo XX expresa el final de la colonia y el surgimiento de, al menos formalmente, decenas de países independientes.

El siglo XXI es todavía más complejo que esa sociedad de masas. Ahora aquella aldea lejana no es tan lejana, ni la masa es suficiente para explicar lo que está sucediendo con las relaciones de hombres y mujeres en todo el mundo. El planeta entero es una aldea, conectada por la tecnología, por los diversos medios de comunicación, por los accesos y medios de transporte, pero siempre pobre y sobradamente marginada en cuanto a los beneficios generados por el trabajo de las mayorías.

Los pobres del mundo han decidido romper los muros, transgredir las fronteras, presentar resistencia, morir, si es necesario para llegar a la tierra prometida. El hambre no puede esperar. África ingresa con su piel negra al continente que le conquistó el siglo anterior. No importan los barcos hundidos en el mediterráneo ni las distancias recorridas por muchos africanos, 3,4000 kilómetros durante varios meses o años, para llegar a España desde Costa de Marfil, para mencionar un ejemplo.

La incapacidad de nuestras sociedades para resolver los problemas de las mayorías, generó un proceso que, aunado a la conectividad del planeta como resultado de la tecnología, propicia una especie de aldea global que, sin importar las restricciones migratorias, fronteras, policías corruptas, el asesinato o el secuestro, o la amenaza de deportación, dejará de crecer.

El siglo XXI es, y será hasta su final, el siglo de las migraciones irregulares, por encima de la amenaza y la muerte.
Nuestros compatriotas huyen de la violencia y la marginación. Pero el camino que deben recorrer está plagado de violencia. La violencia desproporcionada de que son objeto por las policías migratorias o por cualquier clase de gendarme, desde Guatemala, pero especialmente en México, donde los asaltos son planificados por bandoleros que están asociados con la policía. Si son apresados deben ser deportados a sus países de origen, pero antes, las autoridades mexicanas, que son unos perfectos criminales, los despojan hasta de sus jabones, pasta de dientes, ropa, y por supuesto del dinero que llevan consigo. Cualquier grupo armado que los logra interceptar se apropia de lo suyo.

El crimen contra la marginalidad en movimiento, es decir, contra los mojados, es una industria en la que no se distinguen los uniformes policiales ni las ropas casuales, porque los bandoleros son los mismos, disfrazados según la circunstancia.




Desde hace varios años el secuestro y el asesinato se ha acrecentado en el territorio mexicano ante la blandenguería y la complicidad de las autoridades que no son capaces o no tienen interés en resolver un problema que afecta a miles de los latinoamericanos más pobres. Los migrantes irregulares son tratados como delincuentes, desde la salida de sus países hasta la llegada a Estados Unidos. Son despreciados porque su ambición es demasiado cara: vivir en un mundo mejor a costa de la vida propia.

Y para los que logran pasar les espera el polémico programa 287(g) que ha permitido que las policías locales y estatales, actúen en Estados Unidos como agentes migratorios, con lo cual tienen facultades para interceptar, e incluso capturar a inmigrantes latinos. Esto ha propiciado una gran cantidad de contrariedades y de reclamos de organizaciones de defensa de los derechos humanos de los inmigrantes. Organizaciones de policías en ese país incluso se han pronunciado a favor de que a los inmigrantes sólo se les aplique la ley administrativa que concierne a su situación migratoria irregular, pero no así la autoridad policial cuya finalidad es la represión del delito.

Esa realidad jurídica coloca a nuestros compatriotas en una situación extrema, aún en el caso de que hayan logrado rebasar la despiadada violencia de México, en Estados Unidos son blanco de chantajes por sus empleadores, por los criminales, que sabiendo que no irán a poner la denuncia a la policía puesto que serán apresados y deportados a sus países, les siguen atacando. La vulnerabilidad y la marginalidad de nuestros compatriotas siguen allá, en el gran país del norte, donde sin embargo, luchan pacíficamente, aportan a la economía de allá y envían el dinero de su trabajo a esta tierra que los trató tan mal.

México, en cuyo territorio es donde se genera la mayor violencia contra los indocumentados, ha cobrado muchas vidas de salvadoreños y de otras nacionalidades. Cancillería debe orientar su trabajo de profundidad organizativa y de enlaces sociales para proteger a nuestros compatriotas. El gobierno salvadoreño debe ser enérgico en demandar un trato justo y humanitario y rechazar cualquier acto de violencia contra nuestros compatriotas.

Hace unos días, la cancillería salvadoreña instaló un consulado en una de las ciudades más emblemáticas en lo que concierne al movimiento migratorio, Arriaga, en el Estado de Chiapas. La simbología es clara: la oficina, que ocupa un viejo edificio, está ubicada frente a la estación del “tren de la muerte”, donde a diario se concentran cientos de indocumentados que buscan avanzar en su trayecto abordando aquellas máquinas que, al menos desde la explicación oficial, son aparatos para transportar exclusivamente carga, aunque, es ahí mismo donde suben nuestros compatriotas, no de gratis por supuesto, pues deben pagar por viajar hacia el norte, muchas veces antes de ser asaltados por los socios de la migra o por estos mismos.

Consideramos que Vilma Mendoza, la cónsul salvadoreña en Arriaga, debe tener un apoyo decisivo de cancillería salvadoreña puesto que las amenazas y hechos de violencia han estado en la agenda de los criminales de esa zona, incluso en contra de aquellas personas que trabajan por la defensa de los derechos de los migrantes.

Comprendemos que el territorio donde se circunscribe la migración irregular es altamente explosivo, que así mismo en Estados Unidos se cierne una lluvia de debates en torno a una esperada reforma migratoria, que, a juicio de los especialistas, es poco probable que produzca resultados en 2010.

Las acciones y la política de cancillería y de su personal encargado en el tema de los salvadoreños en el extranjero, deben priorizar en aquellos lugares donde nuestros compatriotas trabajadores son asesinados, donde nuestras mujeres son vejadas, donde otros desaparecen sin dejar rastro.

Si esta sociedad no fue capaz de darle una oportunidad a toda esa gente, al menos, que su gobierno sea capaz de defenderlos, de hablar por ellos, de empeñarse por sus vidas, de ponerse a la altura de ese destino tan macabro al que suelen enfrentarse en México, un país del cual muchas veces deben tomar su himno nacional, sus gentilicios, para poder ya no solo llegar a Estados Unidos, sino para sobrevivir al ataque del crimen.

De cualquier manera sabemos que no habrá camino atrás, los salvadoreños seguirán marchando desde su tierra en busca de una nueva vida, porque este, como se ha dicho antes, es el siglo de la aldea planetaria, el siglo de las migraciones irregulares, ante el cual la vida no puede detenerse, especialmente porque somos un país que aún no ha encontrado la certidumbre en la búsqueda del desarrollo humano sustentable.

 

Al-kimia Digital

MONSEÑOR ROMERO

MONSEÑOR ROMERO
“No nos pueden entender los que no entienden la trascendencia. Cuando hablamos de la injusticia aquí abajo y la denunciamos, piensan que ya estamos haciendo política. Es en nombre de ese reino justo de Dios que denunciamos las injusticias en la tierra. Y en nombre de aquel premio eterno les decimos a los que todavía trabajan en la tierra: ¡trabajen, pongan al servicio de la patria todo su esfuerzo!”

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